“Desde chico siempre fui un buscavidas. A los 11 años le pedí a mi padre que me haga un cajón para lustrar zapatos. Me iba a la puerta de una confitería en Lules y ganaba algunas monedas para traer a casa. La situación era muy difícil en esos momentos; yo vengo de una familia muy humilde y el único trabajador era mi viejo”, dijo Palito Ortega que llega a esta etapa de su vida como un hombre reflexivo que repasa cada paso de su vida con añoranza.
La noche en que Palito lloró ante su públicoY no es para menos, de una infancia humilde, con padres separados, fue criado por su padre y durante su infancia tuvo muchas privaciones pero se desenvolvió siempre con soltura buscando trabajos para colaborar con la economía familiar. “En la época de cosecha de naranja, mandarina y limones trabajé con mi hermano. Hice varios trabajos antes de irme de Tucumán, a los 16 años. Uno de ellos fue el oficio de mecánico de cocina a gas y kerosene. Yo fui un pibe gacetero, vendía 10 diarios en una colonia, caminaba una hora más y terminaba vendiendo 50 diarios en el día. Y esos caminos cantaba y me presentaba y ovacionaba solo”, agregó. “Siempre fui un buscavidas. Sigo siendo un buscavidas porque busco sensaciones, motivaciones. Transité un largo camino, me golpeé mucho, pero nunca bajé los brazos. Soy muy creyente. Creo mucho en Dios y siempre me encomendé a Dios”.
Durante su adolescencia decidió irse a vivir a Buenos Aires en busca de trabajo con un amigo. “Mi papá tuvo mucho que ver con cómo encaré el camino de la vida. Antes de irme me sentó frente a él -un hombre de pocas palabras pero que, cuando hablaba, había que escucharlo- y me dijo: ‘Usted sabe bien cómo quiero que se porte. No quiero, el día de mañana, tener que caminar con la cabeza gacha por este pueblo por su culpa’. Esa imagen me persiguió por siempre. Yo pensaba todo el tiempo que si hacía alguna macarena iba a hacerle pasar vergüenza a mi viejo”, recordó.
-¿Esas palabras de tu padre influyeron en vos para no marearte cuando llegó el éxito?
-Cuando uno viene peleando desde muy abajo y un día se te da la buena, es muy difícil que te agarre tambaleando o desequilibrado. Uno va madurando todo y las vivencias te van formando de una manera que, cuando empecé a tener éxito, sabía que no tenía derecho a tener ni un comportamiento déspota.
-Tenías sueños de chico que se te fueron cumpliendo, ¿qué sueños tenés ahora?
-Sí, de alguna manera creo que predije mi vida porque siempre me imaginé cantando. Cuando vendía diarios caminando y me ovacionaba solo o cuando andaba en bicicleta en Buenos Aires saliendo de trabajar en una tintorería. Hoy creo que pasa todo por la familia. Los hijos crecieron y se fueron y hoy vuelven con sus hijos que vienen a verme y jugamos a la pelota. Cuando puedo miro en silencio y le doy gracias a Dios. Creo que no hay otra cosa más importante que la familia. Lo demás, es material, va y viene.
-¿Cuál es tu lugar en el mundo?
-Siempre fue mi casa, mi hogar, en donde esté mi familia: en Buenos Aires o en donde estemos.
-El éxito trae muchos amigos; pero, ¿el fracaso?
-No, el fracaso no te deja tan solo. Ahí vuelvo al concepto de familia que es todo, es un refugio permanente. Es una base sólida afectiva, una recarga de energía y eso no se puede cambiar por nada.
En 1981 traje a Sinatra y perdí mucho dinero; él me dijo que lo llame cuando vaya a Estados Unidos y yo lo hice y realmente me dio una mano increíble. Me rehice luego de eso; la vida es eso: no siempre un lecho de rosas, a veces se nubla feo. Pero es un aprendizaje permanente que hay que capitalizar.
-Cuando te levantás a la mañana ¿qué ves en el espejo?
-Yo no dejo de agradecerle a Dios y es algo que lo recomiendo: si te levantás todos los días y te ponés de pie, tenés que acordarte de darle gracias a Dios. Uno se da cuenta de eso cuando no puede levantarse pero yo todos mis días los comienzo agradeciendo y encomendándome a Dios.
Me veo tomando en un jarrito mate cocido, en vereda de mi casa, con una tortilla al rescoldo que hacía la abuela Sofía, mamá de mi papá. En mi calle, mi casa estaba sola. Hoy es la Avenida Ramón Bautista Ortega. Es una barbaridad todo lo que sucedió al medio.
-¿Fuiste un buen padre?
-Creo que mis hijos han tenido una suerte enorme con su mamá, más que con su papá. Evangelina (Salazar, su esposa) compitió en el Festival Internacional de San Sebastián, España, con una película que protagonizó, “Del brazo y por la calle” (1966, dirigida por Enrique Carreras). Ganó el primer premio a la mejor actriz internacional con la película. Cuando la llamé, yo estaba en Venezuela, la felicité y le dije: “¡Te van a llover las ofertas ahora!”. Ella se quedó en silencio y me dijo: “Estás totalmente equivocado. Aquí terminó. Mi carrera va a ser formar una familia con vos”. Nunca le dije que haga eso, hubiese sido muy difícil que los dos tengamos dos carreras artísticas tan movidas, pero ella lo decidió así.
-¿Te arrepentís de haberte dedicado a la política en Tucumán?
-¡No! Es uno de mis grandes honores. En la galería de mis recuerdos pienso en ese chico tomando mate cocido en la vereda y si saltamos como en una película, ves que le están poniendo la banda de Gobernador, es como un sueño casi fantasioso. Sin embargo ocurrió.
Sería soberbio decir que no me arrepiento de nada. Muchas cosas hoy sé que las haría mejor. Pero somos seres humanos muy vulnerables y tenemos nuestras partes débiles.
-¿De qué te estas despidiendo con esta gira?
-Creo que de la vida agitada que he tenido, a lo largo de tantos años. Estoy buscando más el reposo del guerrero. Quisiera tener más tiempo para la familia.
-¿“Gracias” es tu palabra favorita?
-Sí, permanentemente. Mirá, yo iba a ser sacerdote. Cuando era chico, era monaguillo y ayudaba en la misa a los curas misioneros. Y uno de ellos me sugirió que viajase a Córdoba a estudiar porque veía que yo tenía vocación. No lo hice. Pero si yo hubiese seguido, Mario Bergoglio no estaría donde está: estaría yo. Porque yo no paro (risas).